En la aurora de tu amanecer. En octubre del 2018 mi mamá fue diagnosticada con cáncer de ovario. En días posteriores fue programada de emergencia su cirugía de extracción de tumor. En dicha cirugía casi pierde la vida y posterior a esta nunca más se volvió a levantar de la cama. Poco a poco fue perdiendo todas sus facultades motoras, el habla, pero nunca su consciencia. En menos de tres meses se nos fue, una mujer llena de energía, vitalidad y alegría. Estaba entera, la hermana muerte nos tomó por sorpresa a todos.
En esos casi tres meses mi vida se detuvo por completo, mi lugar fue siempre a su lado. Me dediqué 7/24 a cuidarla y darle todo el amor que me fuera posible. Esto hizo que mi duelo fuera más ligero porque cuando hay dolor te quedas más con la satisfacción de lo que diste.
Ante su inminente partida yo le pedía a Dios 3 cosas:
1) Primero: que me permitiera estar a la hora de su muerte.
2) Segundo: que tuviera la gracia de una muerte feliz y serena.
3) Tercero: que fuera de madrugada para ese mismo día enterrarla en la tarde (rápido y menos doloroso).
Esa noche del 8 de enero prácticamente no dormí, sus signos vitales ya tambaleaban como montaña rusa. En la madrugada antes de que amaneciera mi hermana y yo nos encontrábamos ya junto a su cama. El momento se acercaba…
La hora de una muerte esperada es un trascendental acontecimiento.
Es como el nacimiento de un ser humano, estamos todos ansiosos a la expectativa. Por más raro que se escuche, es un momento doloroso pero a la vez espiritualmente emocionante. Cuando hay fe, sabes que su alma está a pocos minutos de trascender y que estas siendo testigo e instrumento para que eso ocurra de la mejor manera.
Ya estaba amaneciendo, mi hermana y yo empezamos a orar de rodillas a los pies de su cama. Yo la tenía de una mano y mi hermana de la otra. Ella estaba consciente escuchándonos aunque con sus ojos cerrados por la debilidad. Primero rezamos un rosario completo y luego la coronilla de la Divina Misericordia. Cuando terminamos, mi hermana recibió la gracia que reciben algunos primogénitos, el momento de decirle que partiera. Mi mamá asintió y se nos fue. En la aurora de ese amanecer del 9 de enero…
Fue un momento santo.
Una comunión perfecta entre ella y sus dos hijas, el trinomio unido que siempre fuimos. Mis 3 solicitudes a Dios estaban cumplidas. Fue la partida perfecta, la que yo pedí y la que ella merecía.
El dolor te fortalece o te debilita. Su partida me dejó su fuerza y determinación. Agarré el dolor de su ausencia física y lo transformé en poder, me llevó a otro nivel. Me dejé guiar, recibí todo tipo de ayuda, me levanté y permití que el duelo empezara a sanar también otras áreas de mi vida.
Superé el primer cumpleaños, navidad y eventos significativos sin ella. Sentí su presencia y guía una y muchas veces. Transite tempestades y calma. Y aquí estoy en pie de nuevo. Después de una vuelta completa al sol ya no soy la misma, su partida me empoderó y transformó en un ser humano más evolucionado.
Gracias mamá, siempre me seguís formando. Te amo y extraño…